El apego como extensión del sufrimiento

Existe una constante lucha y conexión entre dos tipos de apego: apego objetal y el natural, derivando todo ello en patologías y fracturas emocionales, sumergiéndonos en un círculo de ruptura afectiva.

Por: Filanderson Castro Bedoya

El apego como extensión del sufrimiento
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En la actualidad el apego sigue siendo uno de los temas más “virales” en cuanto a las relaciones humanas, mucho se habla de ello y mucho más se ha ampliado la brecha entre los defensores de su necesidad como factor clave en la creación de vínculos con los otros y los que afirman con vehemencia que las relaciones más funcionales requieren desapego y que este, más bien, es una muestra clara de objetivación del individuo.

Si bien desde ahora como vista previa podemos afirmar que tanto unos como los otros tienen algo de razón, debemos profundizar un poco más en algunos aspectos claves que la complejidad del suceso y concepto implican.

El apego natural

Podemos empezar hablando del apego natural en tanto conexión y establecimiento de una relación continua con otro, podríamos adentrarnos en las profundidades de las ciencias neurobiológicas y neuropsicológicas, darnos cuenta de la adaptabilidad y plasticidad que tiene el cerebro para habituarse, ritualizar y generar patrones repetitivos de comportamiento como medio de ahorro cognitivo, pero podemos resumir todo ello, para el interés del presente artículo, en que el ser humano se apega continuamente a su entorno.

Su casa, sus rutas, sus objetos y por supuesto, los individuos con los que interactúa, sería muy complejo para nuestra mente despertarse cada día y verse en la continua necesidad de crear lazos y vínculos cada día, por ello, una parte de todo lo que nos rodea permanece y crea un enlazamiento que se mantiene en el tiempo.

Este es el apego natural, el mecanismo por el cual establecemos conexiones que nos permiten una interacción con el entorno, aun cuando haya ausencias de dichos elementos por tiempos determinados.

El apego posesivo objetal

Visto el apego natural, debemos ahora adentrarnos en el apego objetal, el cual, más que ser un mecanismo de relación e interacción con el entorno, surge de una apropiación de este mismo, hay algo de naturalidad en ello, a pesar de ser animales puramente sociales, nuestra territorialidad nos lleva a defender pertenencias y posesiones que nos son útiles para la supervivencia, lo hizo el hombre de las cavernas, lo hacemos nosotros, esto incluye a la pareja, pues en nuestro ser más instintivo aun se manifiestan las vividas características del mono desnudo.

En dicho bagaje instintivo, no hay diferencia entre objeto y sujeto, más bien, el ánimo de posesión genera una vinculación recelosa del otro, que es propio y a la vez es sujeto de amenaza, pues se presenta como otro que puedo poseer y al mismo tiempo que puede quitarme todo lo que poseo.

Choque de apegos

Existe una constante lucha y conexión entre estos dos tipos de apego, pues constantemente sobre vinculamos todo aquello que nos rodea, lo eternizamos y queremos que sea nuestro a como dé lugar, la tendencia al apego objetal se hace cada vez más manifiesta y los tiempos de permanencia entre el apego natural y el objetal son cada vez más cortos, derivando todo ello en patologías y fracturas emocionales de diversa índole que, si analizamos profundamente en todo este suceso, son propiciadas por estas mismas, sumergiéndonos en un círculo de ruptura afectiva complejo de entender y superar.

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El ciclo apego–ruptura

A pesar de los instintos y toda la construcción filogenética del ser humano, tenemos el pensamiento como uno de los mayores puntos de inflexión y diferenciación entre nosotros y otras especies animales, el pensamiento propicia la reflexión, compresión y corrección de múltiples comportamientos.

Nuestro apego natural constantemente se ve eclipsado por el apego objetal, cada vez poseemos más al otro y desdibujamos su figura de otro igual a mí, para que sea otro objeto que tengo, a pesar de nuestra facilidad para el apego, nuestras emociones y construcciones personales no están en línea con el ser objetos de otro, por ello, el apego objetal siempre lleva a la ruptura del vínculo emocional.

El que posee o creía poseer vive la perdida de su objeto humano como uno de los peores eventos de su línea de vida, dejando marcas emocionales y una profunda inseguridad que, en lugar de llevarle a comprender la situación vivida y el error cometido al ver a otro como objeto, le lleva a ser aún más posesivo con el próximo vinculo que establece, repitiéndose el ciclo.

El apego como extensión del sufrimiento

Surgen pues en este ciclo diversas formas de deterioro emocional y mental que, como mencionamos al principio de este artículo, son difíciles de comprender y superar, la constante posesión – perdida profundiza la inseguridad y lleva a que el individuo se olvide cada vez más de sí mismo y se centre en la obtención rápida de otro sujeto - objeto, la habituación del cerebro le lleva a establecer un patrón de elección y comportamiento que le hace repetir siempre las mismas acciones, percibir las mismas emociones, ocasionar la perdida y reiniciar el ciclo.

Es allí donde, la zona de confort, tan constantemente mencionada, se convierte en una zona de disconfort que, al igual que la primera., se hace imposible de romper, generando una extensión continua del sufrimiento, eliminando cualquier oportunidad de que el apego natural trascienda en un apego sano.

Ahora bien, hemos dejado claro que constantemente en nuestras relaciones interpersonales trascendemos el apego natural al apego objetal en el cual el otro pasa de ser sujeto a ser objeto, dejar de vivirse al otro como alguien igual a mí con quien ser, para convertirse en algo que tener y que, además, está constantemente en riesgo de ser arrebatado.

El trato al otro como objeto no genera una vinculación emocional genuina, por lo que es inevitable que se experimente la perdida de ese otro que, al ser nuestro, idealizamos y sobrevaloramos, de allí que la perdida conlleve una fractura emocional y mental lo suficientemente fuerte como para desquebrajar otros aspectos de la construcción del individuo como los hábitos y la autoestima.

El ciclo mencionado de apego y perdida crea un vacío cada vez mayor, que agudiza la inseguridad y sumerge al individuo a una habituación de constante perdida, lo que se convierte en su zona de inconfort difícil de romper.

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El apego y el mercado

El mercado no ha ignorado este continuo suceso psicológico del ser humano y como era de esperarse, ha construido las líneas necesarias para que este fenómeno sea usado a su favor, el ciclo apego–perdida profundiza la inseguridad en el individuo y además, le crea una creciente necesidad de tener y perder, que va más allá de las relaciones interpersonales, el contraste sujeto objeto se desdibuja cada vez más, volcándose a una visión de apego objeto–sujeto, sujeto–objeto, objeto–objeto pero nunca sujeto–sujeto, el factor objeto debe estar presente para percibir la posesión de otro.

Es allí donde el mercado, oportunista de la crisis emocional masiva, se presenta como el salvador, capaz de llenar todos aquellos vacíos de tenencia que nos ha generado el ciclo apego–perdida, sumiendo a la sociedad en una desesperación constante por tener y temer, las posesiones pasan a ser indicadores de mayores cualidades sociales, se encumbra a quien más tiene para que los demás tengan una ruta que seguir que conlleve la búsqueda constante de pertenencias.

El ciclo apego–perdida se ve reflejado en el mercado con el continuo reemplazo de los objetos, un ejemplo claro es quien va y compra el celular de último modelo, el cual el mercado le ha prometido es el mejor que puede tener, sin embargo, en un par de días anuncian uno mejor, con otras características, causándole la perdida mental a quien ya había obtenido el otro dispositivo y generándole la necesidad de tener este nuevo, para perderlo luego nuevamente y perpetuar el ciclo.

El apego objetal ha sido pues, uno de los mayores propulsores de economía de muchas empresas que, lejos de comprender lo negativo que es esto en la vida de los individuos que, además, son sus clientes, solo buscan encontrar los mejores métodos para enriquecerse, incluso si deben modificar un poco el comportamiento humano con base a elementos propios de trastornos psicológicos.

Apego sano

Hemos hablado ya mucho sobre el apego y como este, a este punto, nos parece un monstruo de película de terror, muchos que hayan leído este artículo en este punto estarán buscando la mejor forma de no apegarse a nada ni a nadie, pero esto está un poco fuera de la realidad, el apego hace parte del ser humano y es además una necesidad para la construcción de relaciones funcionales con los demás.

El apego natural es el primero que surge, ya hablamos de ello, pero normalmente, más en la contemporaneidad, trasciende al apego objetal, sin embargo, se puede trascender al apego sano, que es sin duda uno de los elementos claves para el establecimiento de una relación duradera y gratificante con los otros, este apego incluye el apego natural, cotidiano, habitual y un poco ritual en la interacción, en este no hay mucha emocionalidad involucrada, el apego sano sin embargo conlleva mucha emocionalidad pero en ella nunca surge una necesidad de poseer al otro, la consciencia juega aquí un papel indispensable.

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En nuestro vínculo con el otro podemos manifestar preocupación, miedo, perder al otro siempre genera temor, le queremos, construimos planes a su lado, brindamos mucho de nosotros para y con el otro, amamos, soñamos, esto es normal y sano, sin embargo la conciencia, esa que casi siempre dejamos tan de lado, es la clave para que estas emociones estén siempre encausadas en la realidad, constantemente eternizamos nuestras relaciones, queremos estar con el otro, sin importar como sea nuestra relación e interacción, por siempre.

Forzar los vínculos nunca trae nada agradable, ser conscientes que incluso la vida tiene un final, que el otro posee emociones propias, pensamientos propios, sueños propios, ideas propias, un futuro en el que podemos estar o no, un pasado del que no fuimos parte y otros vínculos además del nuestro es vital para que nuestro apego hacia el otro, como un igual que puede permanecer o no, sea genuino y sano.

Cuando comprendemos que el futuro es una ambigüedad, el pasado un episodio inalterable y que el presente, ese en el que si tenemos a esa persona a nuestro lado, como otro que no me pertenece y que me brinda de su tiempo, es todo lo que en realidad tenemos, cuando somos conscientes de ello, es cuando nuestro apego se supera y comprendemos que nuestra relación con los demás es fugaz como la vida misma, pero no por ello debe ser menos brillante, menos emocionante, menos emocional.

La ruptura del ciclo apego – perdida conlleva un cambio absoluto de nuestra relación con el entorno, ya no buscamos una pertenencia absoluta de posesiones por el mero hecho de tener, la funcionalidad y el disfrute se vuelven el centro de nuestras elecciones y salimos de la presión del mercado y las malas relaciones.

Romper el ciclo apego–perdida

  • Practicar la consciencia del presente ¿Dónde estoy? ¿Qué hago? ¿En qué gasto mi tiempo? ¿Qué quiero?
  • Comprender que el otro es un igual, no un objeto que puedo tener.
  • Aceptar que todo es limitado, valorar más el tiempo.
  • Crear sueños, metas y proyectos individuales.
  • Evaluar las necesidades ¿en verdad necesitas comprar eso?
  • Evaluar las relaciones, la percepción de los otros y la autosatisfacción de esos vínculos.
  • Soltar, dejar que las relaciones que no funcionaron sean parte del pasado.
  • Valorarse y entenderse como un individuo valioso para los demás, un sujeto con el que es ameno compartir.
  • Repasar las acciones, pensar sobre el apego y poner límites cuando los demás son los que desean vernos como algo que se puede tener.
Filanderson Castro Bedoya

Psicólogo de la Universidad de Antioquia – Colombia con énfasis en el desarrollo personal y empresarial, relaciones de pareja y psicología en general, me desempeño como columnista aficionado de algunos medios de comunicación colombianos, soy un fiel amante de la música, la tecnología, los viajes y la fotografía.