“En la vida, todo es una metáfora”
Haruki Murakami
Al ir creciendo y madurando vamos adquiriendo, en este proceso, habilidades y conocimientos para entender cómo funciona el mundo e interpretar los hechos a los que la vida nos enfrenta día a día.
Pero, a su vez, vamos perdiendo otras cualidades como la inocencia, la falta de prejuicios, la capacidad de asombro y esa exquisita sensibilidad que pareciera sólo cuando niños tenemos, o quizá aún hoy mantengan los artistas.
Estas cualidades son herramientas comunes y propias del universo infantil. En ese período vital nuestra mente aún está permeable y desprovista de preconceptos. Se dice que somos como esponjas que absorbemos los estímulos que nos rodean.
Nos maravillamos con los descubrimientos que hacemos del mundo externo así como el interno. Interpretamos o damos significado a lo que acontece alrededor desde una lógica personal, intuitiva y auténtica.
¿Te has fijado que la mayoría de los libros para niños se hacen utilizando personajes que son animales?
¿Te has preguntado por qué motivo, o siguiendo qué objetivos, sus autores abordan temas existenciales o valores a trabajar a través de ellos?
Pues, son símbolos. Vemos e interpretamos símbolos de manera automática (inmediata e inconsciente), sin detenernos a pensar en ello: la hora (paso indefectible del tiempo), comunicación verbal con otros (decodificación de mensajes), el tránsito (orientación y especialidad), hacemos las compras (cálculo numérico, billetes que representan el dinero), entre muchos otros.
Estamos habituados a una forma autómata de llevar a cabo las actividades diarias y así perdemos la capacidad para contactarnos con el valor y significado de los símbolos.
Una enfermedad, un conflicto familiar, una pérdida, una mudanza no prevista o un obstáculo en el ámbito laboral pueden ser signo y símbolo, de algo más profundo, y nos están invitando a una mayor atención y conciencia sobre cómo está siendo nuestro tránsito por esta existencia.
A modo de ejemplo menciono un símbolo surgido en el trabajo clínico con una pacientita: abordábamos la dificultad, en su núcleo familiar, para enfrentar temas dolorosos del pasado (divorcio de los papás).
Estaba intentando explicarle cómo se originan los temas tabúes en el seno familiar, cuando ella, con su mente abierta a la sabiduría innata, dice: es como una araña. Eso de lo que mi madre no quiere hablar empieza a ser como una araña que va tejiendo su red en un rincón.
Cuanto menos queremos hablar de ese tema doloroso, la araña crece más y más, y va ocupando más lugar en la casa con su telaraña. Hasta que un día, si nunca más hablamos de eso, la araña nos atrapa en su red y nos mata con su veneno.
Yo, adulta, no lo podría haber explicado mejor.
Este es el lenguaje de los símbolos, y las metáforas, que debemos mantener con vida en la adultez para no perdernos en los avatares de la existencia. Recuperar esa visión infantil, honesta y franca, acerca de lo que nos sucede para así afrontar nuestros conflictos sin llegar al extremo de enfermarnos para recién, en ese momento, prestarnos atención.
La metáfora de la araña es un regalo que mi pacientita, sin saberlo, me brindó en mi universo adulto.
¿Y a ti?
¿Qué metáforas te han salvado?
¿Cuáles han sido una guía en tu camino?
Para ello quizá te resulte:
- anotar los sueños
- identificar los símbolos
- hacer una libre asociación de ideas entre símbolo y lo que venga a tu mente
- registrar el resultado de las mismas
- realizar un dibujo o pintura con la imagen que surja como resultado de este breve ejercicio
“Todas las personas mayores fueron niños alguna vez, pero pocas lo recuerdan”
Antoine de Saint-Exupéry
Psicóloga laboral y clínica. Redactora freelance. Escritora. Trabajo en ámbito público y privado desde el año 2006.