Parece ser que la violencia de género no entiende de: perfiles de mujeres, geografía, clases sociales y mucho menos de edades, leyes o momentos vitales. Todas las mujeres asesinadas por sus parejas disfrutaban de una vida repleta de expectativas, ilusiones, ganas de vivir y de sentirse vivas.
Existencias rodeadas de personas que las querían y se preocupaban por ellas. Vidas acabadas en manos de personas que las conocían, sabían de sus gustos, inquietudes y necesidades. Parejas en las que ellas habían depositado amor, esperanzas, expectativas, ilusiones, confidencias y una confianza plena.
El perfil de las víctimas que sufren o han sufrido violencia de género puede ser tan amplio y complejo que los estudios más recientes determinan que no existe tal perfil.
Y es que la dependencia emocional puede ser inherente al enamoramiento y la línea que separa la sumisión, el abuso o incluso el maltrato, en ocasiones, puede resultar tan fina que parece impredecible para algunas personas enamoradas.
La percepción de querer de manera incondicional a una pareja puede llegar a confundir algunas actitudes o comportamientos, con intensas muestras de amor y de cariño.
En esta tesitura nos podemos encontrar en algún momento de nuestras vidas cualquiera de nosotros. El tiempo, la experiencia y las circunstancias son vitales para aprender identificar, etiquetar y poner medidas a determinados comportamientos de control y dominio que pueden llegar a ser agresivos y/o sumisos.
La importancia de la educación es vital a la hora de promover medidas y acciones de erradicación de la violencia de género. Conceptos como la igualdad, los derechos fundamentales y el respeto mutuo se inculcan actualmente, desde edades muy tempranas, en todo nuestro sistema educativo. Hace años que se trabaja en la construcción de una cultura de igualdad, que muy discretamente, va ganando terreno en algunos ámbitos, especialmente en el socio educativo, laboral y social.
No obstante, se da cierta tendencia entre jóvenes y no tan jóvenes, a reproducir determinados patrones de control y dominio, en inculcar a niños y niñas gustos diferentes, en considerar que las cualidades físicas son el motor de las relaciones de pareja, en pensar que es necesario gustar para tener una vida social amplia y completa, o en creer que hay que distinguir entre las preferencias, gustos y necesidades de los niños y las niñas.
En todo caso, en este extenso debate de conceptos, culturas, modas, valores, ideas y creencias sobre la igualdad, el machismo o el sexismo no debería haber espacio para la violencia, el control, el abuso, la sumisión o la obsesión.
Se escapa de toda comprensión lógica la posibilidad de matar a una pareja, compañera, amante, mujer o hija/o como muestra de cariño, de desesperación o de locura. Pensar en acabar con la vida de una persona conocida, a la que se ha querido, y con la que se han compartido momentos íntimos y vitales y, el hecho de llevarlo a cabo, denota una agresividad extrema que sobrepasa lo racional, los constructos sociales y culturales, los valores transgeneracionales, y sitúa este hecho en la esfera de lo irracional.
Si además tenemos en cuenta, que varios de los hombres que han acabado con la vida de sus mujeres, carecían de antecedentes por delitos violentos y además, socialmente eran consideradas personas normales, estas acciones de violencia extrema, se instalan completamente en el plano de lo impredecible.
Podemos hablar de personas sociópatas, neuróticas o psicópatas pero igual que en el perfil de las víctimas parece difícil determinar un patrón de comportamiento único.
Se trata de un fenómeno poliédrico, donde lo impredecible de la mente humana se impone a los factores predictivos. Por ese motivo, a pesar de los esfuerzos y recursos públicos y privados invertidos en este ámbito desde hace años, y del interés manifiesto en seguir investigando sobre este ámbito en el marco jurídico, social, político, cultural, económico, sanitario y educativo, cabe seguir insistiendo en la importancia de construir personalidades fuertes, seguras, con criterio, que sepan lo que desean y sean capaces de elegir a quien o no, quieren en sus vidas.
Por todo ello, como padres tenemos la responsabilidad de educar en seguridad, honestidad y sinceridad. Debemos esforzarnos en transmitir que el amor de otra persona no debe requerir esfuerzo previo y que en las relaciones personales existen decepciones y rupturas dolorosas que nos sirven para madurar, avanzar y desarrollarnos.
Tendremos que aprender a explicar y compartir con nuestros hijos, que en la vida pasan cosas que hacen variar las circunstancias y que las personas de nuestro entorno deben ir entrando y saliendo con naturalidad, según nuestros deseos. Enseñarles que es necesario aprender a soltar, dejar ir, romper y que aunque, en ocasiones puede resultar doloroso, tendremos que saber hacerlo.
Y sobre todo, debemos enseñarles a crecer teniendo claro que las personas con las que deciden compartir sus vidas deben aportarles un bienestar continuo e incondicional, sin restricciones ni condiciones.