Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento
Miguel de Unamuno
Vivimos en una sociedad donde da miedo sentir. Nadie nos ha enseñado. Nadie nos ha animado a hacerlo, aunque, al fin y al cabo, mucho no habría que haber dicho, tan solo deberíamos haber dejado hacer a la naturaleza de nuestro propio cuerpo.
Sin embargo, hemos optado por el extremo contrario: el de complicar las cosas. Pensar sobre lo que se siente para dejar de sentir y continuar pensando, generando un bucle demasiado insano.
Las emociones, ¿qué son y para que existen?, me dicen algunas personas en consulta. Han aprendido a verlas como enemigos a los que hay que aniquilar al segundo de aparecer. Buscamos una y mil maneras de evitarlas, reprimirlas, enmascararlas y acallarlas.
Esta lucha que no cesa, hace que las emociones reprimidas y no escuchadas se anclen en nuestro cuerpo como cuchillos que cada vez duelen más. La presión acumulada por los sentimientos genera pensamientos que acaban formando un círculo vicioso entre ambos que se perpetúa cuanto más retenemos la emoción.
¿Y cuál es la mejor opción entonces? Para muchos, tomar un fármaco. ¿Y cuál es la consecuencia? Las enfermedades psicosomáticas, la falta de conocimiento interior, la conducta desordenada en las relaciones interpersonales.
¡Y suma y sigue!
Aún no he escuchado ninguna campaña publicitaria que diga “siente el dolor escuchando lo hay tras él”. Lo que si escucho a menudo es… “¡haga desaparecer el dolor al instante!”
Cada vez que se reprime aquello que el cuerpo quiere expresar, se está yendo en contra de la propia naturaleza y la única consecuencia en la que puede derivar es en la enfermedad.
La racionalización excesiva es un intento de evitar la emoción. ¡Por ejemplo! Imagínate que mañana te despiertas con una fuerte sensación de ansiedad.
¿Qué haces entonces? ¿La sientes libremente, sin juzgarla, o atormentas tu cabeza de porqués continuos?
Estoy segura de que haces lo segundo. Y al hacerlo, anclas más la emoción en tu cuerpo. No fluyes con el ir y venir de tu cuerpo, sino que dudas, buscas explicaciones, maldices al mundo y al final… ¡la emoción lejos de irse, persiste en tu cuerpo!
¡Es muy sencillo! Aquello a lo que te resistes, persiste. Aquello que aceptas, se transforma.
Así que… ¡tú decides!
¿Qué le sucede a una persona con depresión? Que de pensar tanto ha creado un problema tres veces mayor al de su tristeza. El pensamiento se ha distorsionado, se ha intoxicado y ha creado un bucle de falta de actividad – anhedonia y apatía – pensamientos tóxicos.
¿Qué le sucede a una persona con fobia social? Que cuando quiere ir a algún lugar, deja de hacerlo porque los monstruos de su mente le atrapan en un bucle demasiado terrible como para enfrentarse a él.
¿Qué le sucede a la joven con falta de autoestima? Que sus pensamientos de comparación con chicas más guapas/inteligentes/mejores/delgadas… resuenan como un huracán dentro de ella, generando frustración, apatía y tristeza.
Pensar, pensar y pensar. Ahí está el quid de la cuestión. Ahí se gestan los problemas emocionales que vemos cada día en consulta. La hiperreflexividad de la que habla el catedrático Marino Pérez es la principal causa.
Esta forma de estar en el mundo es la consecuencia de lo mucho que nos hemos desconectado de nosotros mismos. Hay que bajar al cuerpo, a las emociones que vienen y van y esconden valiosos mensajes. Hay que sentir más, dejarse llevar por el corazón y tomar decisiones en base a la brújula que todos llevamos dentro. Hay que olvidarse muy mucho de la mente y las creencias arraigadas, las normas morales y sociales, los deberías.
Hay que volver a nuestra propia naturaleza para vivir de una forma más liviana y feliz. Ser sintiendo libremente como el río que fluye y no se estanca.
Y ahora, te toca a ti decidir. ¿Continúas pensando incansablemente o decides fluir con el ir y venir de la vida y las emociones?
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