¿Por qué siempre elijo mal mis relaciones?

El mito del “mal ojo” en el amor y los patrones que repetimos sin darnos cuenta

Por: Míriam Sánchez González

¿Por qué siempre elijo mal mis relaciones?
Imagen de © Depositphotos.

Seguro que alguna vez has dicho o escuchado algo como: “tengo mal ojo para las relaciones”, “siempre me fijo en el mismo tipo de persona y me va fatal”, “es que no sé qué pasa, pero siempre acabo con alguien que me hace daño”.

A primera vista, esto parece un asunto de mala suerte, como si Cupido estuviera empeñado en jugar en tu contra. La realidad es que no es cuestión de azar, ni de tener una especie de radar roto para el amor. Lo que solemos llamar “mal ojo” en realidad tiene mucho que ver con patrones inconscientes: esas dinámicas que repetimos una y otra vez sin darnos cuenta y que muchas veces tienen sus raíces en nuestra historia personal, especialmente en la infancia.

El mito del “mal ojo”

Cuando alguien dice que tiene “mal ojo” para elegir pareja, lo que suele expresar es frustración: la sensación de estar atrapado en un círculo que se repite. Sales de una relación complicada, prometes no volver a caer en lo mismo… y, de repente, ahí estás otra vez con una persona que se parece demasiado a la anterior, aunque lleve otro nombre y otro rostro.

Esto pasa porque no elegimos desde cero cada vez y, aunque nos guste pensar que escogemos de forma consciente, en realidad nuestro inconsciente juega un papel enorme en todos estos procesos. Nos sentimos atraídos por determinados perfiles, formas de comportamiento, incluso maneras de hablar… y muchas veces esas atracciones no son casuales, sino el reflejo de aprendizajes y experiencias previas.

Patrones invisibles: ¿qué repito sin darme cuenta?

Un patrón es como una melodía que se queda de fondo: no la escuchas del todo, pero guía tus pasos. En el amor, estos patrones pueden tener muchas formas:

  • Siempre me fijo en personas que no se comprometen.
  • Me atraen personas con carácter fuerte, aunque luego me hagan sentir mal.
  • Me engancho a personas que necesitan “ser salvadas”.
  • Termino en relaciones donde doy mucho y recibo poco.

Lo curioso es que estos patrones son tan familiares que, en cierto modo, nos resultan “cómodos”. Y aquí está la clave: lo familiar no siempre es lo sano.

La infancia como punto de partida

¿Por qué me parecen atractivas personas que, a la larga, me hacen daño? ¿Por qué me engancho a dinámicas que sé que no me convienen?

La respuesta suele estar en los primeros vínculos: la forma en que aprendimos a relacionarnos de niños. Pero, ¡ojo!, no se trata de culpar a la familia, sino de entender que nuestras primeras experiencias emocionales marcan una huella y guiarán nuestros pasos.

Por ejemplo:

  • Si creciste con figuras de apego poco disponibles emocionalmente, puede que de adulto te atraigan personas que también son poco accesibles. Tu inconsciente dice: “me quedo aquí, porque esto ya lo conozco”.
  • Si aprendiste que para que te quisieran tenías que esforzarte mucho, es posible que busques parejas donde tengas que “ganarte” el cariño, como si el amor siempre tuviera que costar.
  • Si de pequeño asociaste el amor con inestabilidad, quizás las relaciones tranquilas te aburran o te parezcan “poco interesantes”.

En el fondo, lo que buscamos no es tanto a una persona, sino recrear una sensación conocida, aunque sea dolorosa. Es como si el inconsciente intentara cerrar viejas heridas repitiendo la escena una y otra vez, esperando que el final esta vez sea distinto.

¿Entonces esto me condena a repetir siempre lo mismo?

No, definitivamente no. Los patrones no son cadenas irrompibles, pero sí son trampas invisibles si no somos conscientes de ellas. El primer paso para cambiarlos es reconocerlos: ponerles nombre y verlos con claridad.

Pregúntate:

  • Qué tienen en común mis últimas relaciones?
  • ¿Qué tipo de personas me atraen y por qué?
  • ¿Qué sensación me es familiar en el amor, incluso aunque no me guste?

A veces, descubrir esto duele, porque implica reconocer que no era “mala suerte”, sino elecciones inconscientes, pero justamente en esa toma de conciencia está la salida.

El papel del inconsciente: la brújula interna

Nuestro inconsciente funciona como una brújula: nos orienta hacia lo que conoce, no hacia lo que nos conviene. Por eso decimos “es que me gustan las personas con carácter” o “me atraen las personas imposibles”. Lo que pasa en realidad es que nos resulta magnético aquello que activa viejas emociones, incluso aunque esas emociones no sean agradables.

Trabajar sobre uno mismo —ya sea con terapia, reflexión personal o nuevas experiencias— ayuda a recalibrar esa brújula, para que empiece a señalar hacia relaciones más sanas.

Romper el círculo

Entonces, ¿cómo dejar de repetir el patrón del “mal ojo”? A continuación, te muestro algunas ideas clave:

  1. Autoconciencia. Haz un repaso sincero de tu historial amoroso y busca las repeticiones.
  2. Entiende tu historia. Mira hacia atrás y observa qué aprendiste de pequeño sobre el amor, el afecto y el cuidado.
  3. Cambia el radar. Empieza a dar una oportunidad a personas que quizá no entren en tu “prototipo de siempre”.
  4. Aprende a tolerar lo nuevo. Al principio lo sano puede incomodar porque no se parece a lo que conoces. Date tiempo.
  5. No te castigues. Repetir patrones no es una señal de debilidad, es humano. El mérito está en reconocerlo y buscar otra forma de amar.

En resumen

Decir “tengo mal ojo” para las relaciones es una manera simpática de expresar algo profundo: solemos elegir desde heridas antiguas, no desde el presente consciente. La infancia, los primeros vínculos y las emociones que quedaron grabadas juegan un papel enorme en qué personas nos atraen y qué dinámicas repetimos.

La buena noticia es que no estamos condenados a repetir la historia; ya que, con conciencia, paciencia y trabajo personal, es posible recalibrar el radar interno y empezar a elegir distinto.

Porque al final, no se trata de que tengas “mal ojo”, sino de que tu ojo (tu inconsciente) estaba entrenado para buscar lo familiar. Y lo familiar no siempre es lo que más te conviene.

Míriam Sánchez González
Míriam Sánchez es psicóloga general sanitaria (núm. Col. CL05880) y experta en neuropsicología clínica. Graduada en psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca, continúa su formación especializándose en la rama sanitaria y en neuropsicología clínica.
Apasionada de su profesión y de las artes literarias, decide unir ambas modalidades y dar el salto a la publicación de artículos divulgativos. Ella describe el proceso como una “catarsis divulgativa”, explicado con sus palabras como “la necesidad de contar al mundo lo bonita y sorprendente que puede llegar a ser la psicología”.
Actualmente escribe periódicamente en redes sociales (vía instagram en su cuenta “la psicología hoy”: @la.psicologia.hoy) y en sitios web (“actualidad en psicología”) sobre temas variados de psicología.