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¿Qué es el dolor, cuál es su función y cuáles son los factores que influyen en su percepción?
El dolor, según la Asociación Internacional para el estudio del dolor (IASP), es definido como “una sensación desagradable y una experiencia emocional, relacionadas con un daño real o potencial”.
Su principal función se relaciona con la supervivencia, pues nos indica la presencia de un peligro y nos prepara para afrontarlo. Veamos un ejemplo para entenderlo mejor. Estamos cocinando y, al apoyar la mano en una superficie muy caliente, nos quemamos; inmediatamente después, retiramos la mano de la superficie que quema.
¿Qué sucede en esas milésimas de segundos? En primer lugar, el impulso doloroso ha sido transmitido por los nociceptores (receptores situados en el extremo final de una neurona sensorial) y, en cuestión de segundos, ha sido procesado por las estructuras cerebrales encargadas de ello (el tálamo y la circunvolución cingulada anterior, entre otras estructuras).
Es una sensación subjetiva; es decir, cada individuo lo experimenta de una forma, ya que es el resultado de la interacción entre múltiples factores: biológicos, psicológicos, sociales y culturales.
Melzack (1999) denominó “neuromatrix” a la interacción entre todas las variables influyentes en el proceso de percepción subjetiva de dolor y al proceso de activación funcional cerebral ante esa interacción. El neuromatrix, por tanto, sería el encargado de individualizar toda percepción dolorosa.
Cuando hablamos de dolor, debemos tener en cuenta los diferentes tipos. En base a ello, por ejemplo, podemos distinguir el dolor crónico o agudo, si tenemos en cuenta su duración; o lo que es lo mismo, al tiempo durante el cual el dolor es percibido por el sujeto en cuestión.
En función al tema que nos remite, definimos el dolor crónico como aquel dolor que persiste (de forma continua o intermitente) durante al menos seis meses, según los criterios establecidos por la última actualización del manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5).
Además, se ha demostrado que el dolor puede continuar estando presente a pesar de la curación de la lesión, por lo que podemos decir que el síntoma pasa a ser la verdadera enfermedad y pierde ese valor funcional relacionado con la supervivencia que hemos explicado anteriormente.
En España se estima una prevalencia general de entre el 10 y 30% en población adulta, aunque los datos varían en función a las diferentes patologías que cursan con dolor crónico (dolor crónico general, dolor de espalda, fibromialgia, artritis…).
Los sujetos que conviven con el dolor crónico organizan su vida en torno al mismo, desarrollando las llamadas “conductas de dolor”. Estas conductas son definidas como las acciones, relacionadas con el dolor en sí mismo, que los individuos llevan a cabo (la evitación de la actividad, la expresión facial de malestar o la afectividad negativa, entre otras muchas conductas). Además, estas conductas interfieren en el área personal, profesional o social de la persona.
¿Cuáles son las consecuencias emocionales del dolor crónico?
Otro de los criterios que se especifican en el DSM-5 para poder diagnosticar esta patología es la presencia de malestar clínicamente significativo o de un impacto en el área sociolaboral o personal. Y es aquí donde entran en juego los factores socioemocionales: desadaptación, síntomas psicológicos o trastornos mentales asociados (ansiedad, depresión, insomnio…), pérdida de empleo, aislamiento o reducción del apoyo social…
Las emociones negativas más ampliamente estudiadas respecto al dolor crónico son la ansiedad, la depresión y la ira, aunque esta última en menor medida. Se ha demostrado que estos aspectos influyen negativamente en el inicio, en el mantenimiento y en la percepción del dolor; pero ¿estas dos emociones tan estudiadas tienen un efecto concreto en esta patología? Veámoslo detenidamente.
La ansiedad que experimentan los individuos con dolor crónico puede repercutir en el mismo, aumentándolo (como consecuencia de la tensión muscular, la focalización atencional o la percepción magnificada) o disminuyéndolo (actuando como elemento distractor) en función al momento del procesamiento.
Por otro lado, la depresión es la patología más prevalente comórbida al dolor crónico; ya que, a pesar de que su prevalencia no es clara pues hay variedad de resultados, es la respuesta emocional asociada al dolor crónico más frecuente. Desde el modelo cognitivo- conductual esta relación se explica a través del modelo de activación, concluyendo que la situación depresiva aparece como resultado de la reducción de las actividades agradables; es decir, la persona dejará de realizar conductas gratificantes porque el dolor se lo dificulta o impide. Sumado a esto, las cogniciones del sujeto se relacionan también directamente con el desarrollo y mantenimiento de la experiencia de dolor.
En este sentido, las cogniciones más comúnmente relacionadas con el dolor crónico se relacionan con la pérdida de refuerzo social o aislamiento, el sentimiento de indefensión, la pérdida de autonomía y autoeficacia, la sensación de pérdida de control…
¿Cómo se trata el dolor crónico?
En cuanto al tratamiento, dicha patología requiere de un abordaje multidisciplinar conocido como “modelo biopsicosocial”, ya que integra factores médicos, psicológicos y sociales. Centrándonos en los aspectos más puramente psicológicos, los tratamientos más recomendados para el dolor crónico son los siguientes: las terapias cognitivo- conductuales, el entrenamiento en relajación muscular progresiva, el biofeedback, el mindfulness, la hipnosis o la terapia de aceptación y compromiso.
Hay esperanza después del dolor crónico
A pesar de la adaptación que requiere convivir con esta patología, los sujetos que llevan a cabo los tratamientos de forma adecuada y trabajan en aceptación, en vez de en evitación, son capaces de vivir una vida plena y funcional.
Fuentes y recursos de información
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- American Psychological Association (APA). (2013). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (5th ed.) Esteve, R., López, A.E. y Ramírez, C. (1999). Evaluación de estrategias de afrontamiento al dolor crónico. Revista de Psicología de la Salud, 11, 77-102.
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Para más información y recursos puede visitar la página de International Association for the Study of Pain | IASP