Conoces a una persona que te atrae, empezáis a intercambiar mensajes y a conoceros más. Primeras ilusiones. Todo es perfecto. De pronto… se pone fin a ese vínculo. Lo que antes parecía ser un inicio de relación, ahora parece ser un casi inicio de relación. Un “casi algo”. Y es que es así como se conocen hoy en día las relaciones que pudieron ser y no fueron o, dicho de otra forma, que pudieron formalizarse y se quedaron en el proceso.
Es importante resaltar que el hecho de “ser algo” no depende únicamente del nombre que le ponemos a la relación en la que nos encontramos o del grado de compromiso, sino del significado emocional que le damos a ese vínculo; es decir, de cómo interpretamos la relación desde la parte emocional.
Pero, si esa unión no ha llegado a darse y, por tanto, no se ha llegado a crear un lazo prolongado en el tiempo… ¿por qué enganchan tanto este tipo de relaciones?
En los inicios de una relación tendemos, por un lado, a ver solamente la parte positiva del otro. Esto es lo que se conoce como superávit y se describe como el enmascaramiento de las emociones y conductas negativas de la otra persona durante los primeros meses, para solo valorar y admirar las positivas.
Es un sesgo emocional que está justificado por la felicidad plena de la etapa de enamoramiento y por la explosión química que se da en nuestro cuerpo en esta primera fase de la pareja.
Por otro lado, tendemos a idealizar a la otra persona y a interpretarla en función a nuestras expectativas. La creamos, como pintura en lienzo en blanco, guiándonos por nuestras necesidades.
Esta idealización nos hace imaginar a la persona como queremos que sea y no como realmente es. Pongamos un ejemplo. Supongamos que una de las características que yo más valoro es que la otra persona sea cariñosa y necesito ese cariño en una relación amorosa; de esta manera, como aún no hemos conocido del todo a la otra persona y no sabemos si es o no cariñosa, tendemos a idealizar e imaginar que sí.
Es precisamente esta idealización lo que favorece al enganche, ya que creamos a una persona perfecta porque la imaginamos cumpliendo exactamente con todas y cada una de nuestras expectativas.
Esto se explica normalmente cuando el vínculo (y, con ello, el significado emocional que le damos) termina y la relación no llega a darse; ya que, al no haber experimentado como sería realmente esa pareja, fantaseamos con la idea y nos quedamos con la sensación de que hemos perdido a la persona y a la relación perfecta. Perfecta porque hemos rellenado la falta de información que tenemos de la relación y de la persona con nuestras fantasías y nos hemos imaginado la relación de forma ideal.
Es por esto por lo que perder un vínculo con un “casi algo” puede llegar a ser incluso más doloroso que perder una relación más larga, real y formalizada: porque, en la pérdida de un “casi algo” creemos que estamos perdiendo una relación que se ajusta a la perfección con lo que queremos o necesitamos y que cumple con nuestras expectativas.
Una vez entendido este proceso de idealización, debemos pasar al siguiente punto: afrontar las emociones que nos provoca la pérdida; pero ¿cómo afrontar el final de una relación de este tipo?
- En primer lugar, deberás ser consciente de la idealización. Enumerar de manera objetiva aquellas características que hemos conocido realmente y aquellas que consideramos fruto de nuestra idealización será un primer paso importante para ser consciente de que parte de ese dolor es consecuencia de perder una expectativa y no una situación real.
- Acepta tus emociones. Es normal sentirse triste o frustrado al ver que una relación que parecía que podía formalizarse no se da. Trata de reconocer tus emociones y acepta la situación con naturalidad.
- Busca apoyo social. Haz planes con aquellas personas que te transmiten tranquilidad y favorecen tu bienestar.
- Practica el autocuidado. ¡No te olvides de ti! Como en toda situación de duelo ante la pérdida… cuidarse es una parte fundamental del proceso de recuperación.
- Si consideras que necesitas un apoyo extra, pide ayuda.