HITZUNE: Violencia contra el cuerpo femenino

El enfoque terapéutico del dispositivo HITZUNE en el tratamiento de personas que han cometido delitos se centra en la violencia contra el cuerpo femenino.

Kepa Torrealdea Koskorrotza

Actualizado el

HITZUNE: Violencia contra el cuerpo femenino

Algunas premisas de trabajo clínico desde el dispositivo HITZUNE

El término HITZUNE es un neologismo vasco compuesto por dos términos. Por un lado, está HITZ(A) que significa PALABRA y, por otro, UNE que significa MOMENTO.

HITZUNE significa en castellano, MOMENTO DE LA PALABRA, una expresión que conjuga bien con el propósito del servicio. En él, las sesiones de psicoterapia suponen el encadenamiento de momentos hablados, en donde las palabras buscan desalojar el acto mudo del delito y, con ello, ubicar el significado que tuvo dicho acto. A la par, también, será imprescindible que la persona que atendemos se apropie de un relato ético, para así establecer las condiciones para la no repetición.

¿Qué tipos de pacientes se atienden y cuál es la labor?

Son hombres que, hallándose en tercer grado, 100.2 o libertad condicional, son derivados a HITZUNE para un tratamiento psicológico extra carcelario.

En todos y cada uno de los casos, el objetivo principal es evitar la reincidencia en el delito. Para ello, buscamos ayudarles a recomponer en algo su persona, en un tiempo previo a la finalización de la pena impuesta, que les permita llegar a disponer de anclajes para la nueva etapa.

La nuestra es una propuesta terapéutica basada en premisas psicodinámicas. Es por ello que partimos de un marco teórico en donde la conversación terapéutica es el núcleo del tratamiento, pero dentro de un modelo de trabajo que se ocupa de leer los pormenores de época y busca analizar los modos en cómo el discurso social imperante activa y promueve el ejercicio de la violencia contra el cuerpo de la mujer. Es, por lo tanto, el nuestro, un modo de trabajo que integra la perspectiva de género.

La terapia en Hitzune, requiere no sólo del consentimiento, sino de la participación activa como individuo que desea hacerse cargo de la búsqueda de sus propios porqués.

Para ello, entendemos que es necesario explicarles en qué va a consistir el tratamiento. Desde un inicio, establecemos un marco de diálogo, sin pruebas diagnósticas, fichas didácticas o material audiovisual. Contamos con los hechos probados de la sentencia, una ficha de derivación e informes psicológicos, si los hubiera, y nuestra labor consistirá en generar modos para que la persona que tenemos delante comience a tomar la palabra, y lo haga progresivamente. Evidentemente, somos conscientes de la dificultad. Algunos pacientes se atoran ante un fuerte sentimiento de vergüenza, otros titubean ante la angustia que les genera “la página en blanco”, faltos de palabras que dignifiquen en algo su relato ante un desconocido. Hay quienes, relativizan, niegan o reparten culpas.

En estas primeras sesiones iremos tomando el pulso al individuo que atendemos. Su primer testimonio de los hechos acaecidos, su hilo discursivo, los afectos que van surgiendo, las preguntas que se hace a sí mismo, las resistencias que muestra o el clima transferencial, serán aspectos que nos darán información.

HITZUNE: Violencia contra el cuerpo femenino

El terapeuta es un creador de posibilidades, alguien que busca adecuar la palabra o el silencio, a la lectura psicológica que haga de su paciente. Puede sostener, generar reflexión, preguntar, cambiar el rumbo de la conversación, señalar, interpretar, etc.

Las resistencias en torno al relato de determinados contenidos difíciles de encarar de inicio, hay que circunvalarlas, readecuando el foco hacia aspectos biográficos más verbalizables, en ocasiones, en torno a sus vivencias carcelarias o a su situación familiar. Ello nos permitirá conocer el contexto presente, el estado de sus lazos familiares o el modo de relación con sus iguales dentro de prisión.

También hay otro tipo de resistencias: las relacionales. Una de las habituales es la de buscar estrategias de complicidad con el terapeuta para minimizar o deslegitimar, los hechos reflejados en el texto de la sentencia, aquello que cometió. Se halla frente a un hombre y jugará sus bazas, a través del discurso común masculino. En este punto, el terapeuta estará atento, procurando no salirse de su rol, ante las eventuales muestras de “encender el ventilador” para repartir culpas, por parte del paciente. Nos referimos aquí a actitudes exculpatorios, tales como: “también fue ella la que me incitó”, “tampoco fue para tanto”, “no la hice daño” y un largo etcétera de frases hechas que ocultan la ceguera o la cobardía moral de quien piensa desde una posición de víctima.

Y ciertamente, la estancia carcelaria les hace vivir la vulnerabilidad y el sometimiento ejercido por el estado sobre sus cuerpos y mentes.  También se sienten víctimas y desde ese lugar psíquico de sujeto forzado, pueden hacer un relato exculpatorio de los hechos probados, texto que recoge el delito o los delitos que los llevaron a prisión.

En este sentido, es necesario escuchar la queja, pero sin que ésta se convierta en una tarjeta de presentación permanente. La queja puede tener un sentido clínico relevante, más allá de los acontecimientos que se relaten para testimoniarla. Es la punta del iceberg de la insatisfacción vital y si nos permitimos escuchar y sostener esa queja, llamémosla exógena, la del sistema, la de las injusticias también por ellos vividas, etc., podremos propiciar la aparición de la auto queja, a modo de una puerta giratoria. Así, con escucha activa y un saber hacer, habilitamos al sujeto a que abra cuña en sus resistencias y comience a compartir sus propios autorreproches. Llegado a este punto, el terapeuta comienza a ser vivido como un interlocutor confiable, la trasferencia ha mejorado y es posible pensar en una nueva revisión de los hechos acaecidos, bajo el prisma de un mayor asentimiento subjetivo.

Otro aspecto importante respecto al marco terapéutico es el hecho de que, en sesión, la posición de poder está del lado del terapeuta. El marco, pues, está invertido. Es la ocasión de introducir en la relación con el sujeto, una posición de poder en donde el diálogo y el respeto sean posibles. Hacer un uso adecuado del vínculo terapéutico es necesario para evitar el peligro de reavivar en la consulta la diada poder-sometimiento, tan propia de las situaciones de maltrato y abuso. Se trata de que el terapeuta haga un buen uso de su posición, ya que sobre esta base es más efectivo y posible que el paciente comience a trabajar de forma más genuina.

El sujeto: su singularidad y los mandatos de masculinidad.

Una práctica, la nuestra, que coloca al sujeto del delito y sus circunstancias vitales en el centro de la mirada. Una práctica que pretende lograr que la persona que atendemos acceda a un mayor saber de sí. En definitiva, se trata de propiciar que el sujeto pueda articular algún significado, poniendo en palabras, lo que puso en acto, en otro lugar y otro tiempo, en donde hizo uso de su posición de fuerza.

En este orden de cosas, partimos de la consideración que cada individuo es singular y buscamos dar espacio a esa singularidad, permitirle hablar, ya que es ese el lugar desde donde surge la solución adaptada para cada quien.

Es necesario recordar que tenemos muy presente la impronta de los mandatos de masculinidad, del imaginario colectivo machista y sus nuevas presentaciones, como sellos en el modo de pensar y hacer individual de los sujetos que atendemos y en la comisión de sus actos violentos contra las mujeres.

En este sentido, la muy conocida frase que reza “no son enfermos, sino hijos sanos del patriarcado”, es tan inquietante como cierta, al menos en un grado. Evidentemente es importante el contexto social, la herencia social, los roles de género transmitidos y naturalizados, vividos también en el entorno próximo.

Aún con todo, cuando se postula por dar un lugar causal a los factores psicológicos individuales en la comisión de los delitos machistas, no se busca blanquear la responsabilidad del sujeto, insinuando la preexistencia de una dificultad mental. No se pretende justificar en nada la comisión del delito. Por el contrario, se intenta buscar alguna explicación singular al porqué del mismo, una que complemente la incuestionable explicación de la impronta socializadora. Quizás el ser hijos sanos del patriarcado sea una condición necesaria, pero como profesionales que trabajamos en este campo, debemos preguntarnos si es condición suficiente.

La respuesta y la responsabilidad

Insisto en que el hecho de poner la mirada en cada individuo que atendemos, no nos hace olvidar su lugar en el contexto social, simplemente nos permite interpelarlo sobre su elección. Sobre el porqué hizo lo que hizo. Y la interpelación, siempre es una invitación a que el sujeto se responda. Y, por cierto, hay que recordar que el ejercicio de RESPONDERSE es el ejercicio de RESPONSABILIZARSE. Así pues, responder y responsabilizarse, viene a ser lo mismo.

En este punto el trabajo clínico irá, ineludiblemente, de la mano de una paulatina asunción del peso sin excusas de la comisión. El trabajo clínico y la maduración ética van de la mano. De modo que cabe asegurar que no hay clínica psicológica sin una ética del sujeto.

En definitiva, tener presente el contexto, interpelar al individuo sobre su responsabilidad y buscar un significado íntimo al delito cometido, nos muestran los tres ejes de trabajo sobre los que pivota la conversación terapéutica en HITZUNE: El eje social, el eje ético y el eje clínico.

La conversación terapéutica, por lo tanto, no es un encuentro en donde la palabra del terapeuta busque reeducar, sino el medio para construir un auto relato que no sea una copia y pega de lo que opina el terapeuta y por lo tanto una mímesis del saber de este, sino el fruto de una suerte de sirimiri de comprensión que le vaya calando al sujeto, propiciando la integración de un nuevo saber, el cual siempre llevará consigo el peso de la culpa. Una culpa que, a la postre, sólo podrá ser atemperada si el sujeto consigue llegar a responderse por ella. A responsabilizarse por ella.

Hay un tiempo bueno en el tratamiento, es ese en el que el profesional comienza a ser testigo de cómo el paciente va madurando un testimonio íntimo que acoge el acto y lo va haciendo suyo. Es el momento en el que surge la pregunta: ¿por qué lo hice? Una pregunta que cabe ser entendida como una respuesta a su acto, como un primer modo genuino de responderse ante su acto. El individuo se responde preguntándose, ¿por qué lo has hecho?

El trabajo terapéutico trata de cernir los porqués del delito cometido, pero dentro del marco de su responsabilidad personal, incorporando, sin justificar, la incidencia que en su acto tenga el marco cultural que haya vivido. Dicho de otro modo, de depurar las razones motivantes y sacarlos a la luz. Una vez esto, analizar el lugar que ocupa en la economía psíquica del sujeto.

Ni el relato inicial, ni los posteriores relatos acerca de los hechos acaecidos, están exentos de carga afectiva. Ni qué decir de los testimonios de sujetos que aceptan los hechos probados. En este sentido, el sentimiento de culpa es una de las modalidades afectivas con que, en tales casos, se presenta el paciente una vez ha podido subsanar las primeras resistencias. Las otras maneras habituales de presentar el relato de los hechos son la vergüenza y la angustia. Se trata de afectos vinculados a lo prohibido y a la trasgresión y nos ayudan a orientar el tratamiento al modo de un GPS clínico.

La Culpa, la Vergüenza y la Angustia no tiene buena prensa, sin embargo, son verdaderos reguladores psíquicos, verdaderos diques de contención primarios que nos impiden llevar a la práctica maldades imaginadas. Regulan la pulsión, esa energía acéfala y sin freno de mano que siempre busca un más y otro más y otro…, como si el ser humano sintiera que le habita una pulsación insaciable que no sabe de la espera o la renuncia, y le impele a la ejecución egodistónica de sus apetencias. La culpa, la vergüenza y la angustia, son diferentes modos en que se muestra el freno de la renuncia a consumar en el cuerpo femenino, a consumir el cuerpo femenino.

Sin embargo, los varones más jóvenes que hemos atendido han mostrado indicios de ser afectados de una forma distinta por estos tres reguladores. Me explico:

En sesión nos hemos encontrado con sujetos que informaban de vivencias pre-carcelarias de frustración, sentimiento de fracaso y culpa, a consecuencia de una falta de lo que podríamos llamar suficientes experiencias hedonistas, como si en el exceso hubiera una suerte de horizonte al que llegar, un mandato tentador que cumplir.

HITZUNE: Violencia contra el cuerpo femenino

Ese aspecto es absolutamente paradójico, pero tiene una importante lectura psicosocial de actualidad que viene a significar que hoy la culpa como autocastigo no es por la trasgresión, sino por la no trasgresión. No es por saltarse los límites, sino por no saltarlos. Dicho de otra manera, esa voz de la conciencia que antaño frenaba la acción, con un “no, no lo hagas, está mal que lo hagas…” cuando el impulso era trasgresor y por lo tanto incorrecto dentro de los estándares sociales; ese imperativo a la renuncia, una renuncia estructurante, aunque tantas y tantas veces, resultara molesta, está dejando de operar en el imaginario colectivo joven. Hoy, la voz que dicta el camino, de la mano del mantra del consumismo, también usa el imperativo, así como la seducción tentadora. Dicha voz es un “si, hazlo, sólo se vive una vez, que nada te frene…”. Y ocurre con los mandatos, que cuando no llegas a cumplirlos, sobreviene la culpa. Ésta no es una culpa por la trasgresión, sino por la no trasgresión.

Señalábamos que la vergüenza y la angustia eran, también, importantes reguladores psíquicos de la pulsión. Al igual que ocurre con la culpa, también estos otros reguladores han sufrido o están en proceso de cambio en su estatuto habitual y clásico. Los pacientes más jóvenes, nos han mostrado que no se trata de la vergüenza por ser descubierto en el acto trasgresor. Por el contrario, se trata de hacer del visionado del acto una condición para sentir que el sujeto existe para la cofradía fraterna. Podemos deducir que, desde este prisma, sólo se es en tanto se es visto. La Vergüenza, entendida así, no sería una derivada del acto impúdico, sino que surgiría como consecuencia de no ser visto, de sentirse insuficiente para llegar a ser acogido en la red fraterna. Quizás este análisis nos ayude a entender en algo las grabaciones de violaciones y la posterior publicación en RRSS, entre la población más joven, aunque este aspecto toca otras vertientes que no podré desarrollar hoy aquí.

En tercer lugar, está la Angustia, ese fenómeno psíquico que surge como respuesta ante la pregunta acerca del propio lugar en la existencia. Es una buena base sobre la que indagar respuestas que den cierto sentido al porqué de la agresión.

Son ejemplos de cómo los mandatos sociales de época producen nuevos itinerarios de comportamiento, sobre la base de nuevas legalidades, incidiendo en los modos de producción de actos agresivos, en este caso, contra las mujeres. Hablamos aquí de los:

1. Actos consumistas y voyeur: Actos grupales de puesta en escena y en donde la mostración de la vejación es condición erótica.

Son los actos de consumo y socialización del visionado de cuerpos forzados. Sería ésta una violencia autosatisfecha de su propia puesta en acto; una violencia que no busca decir, sino ofrecer un espectáculo de crueldad, dejando muestra clara de que lo virtual está comiendo terreno a lo real-presencial, y la capacidad de condolerse por el daño ocasionado, es un software que no se estila en el discurso de los nuevos modos consumistas.

En resumen, cabe decir que, en el mundo joven, se está jugando el peligro de forjarse una dinámica social en el que la culpa es culpa por no gozar, la vergüenza es vergüenza de no ser visto y la angustia es angustia de no ser y no angustia por no poder, como antaño.

Esta deriva perversa en el estatuto de estos reguladores, que hace de los cuerpos, objetos de consumo y mercadeo y de las redes sociales, escaparates de elección o mostración de cuerpos que ejercen violencia y cuerpos que la padecen, puede generar a futuro modos de ejercer la agresión al cuerpo femenino. Aunque cabe añadir que el consumismo, puede llegar a igualar los géneros fuera de los roles propios de la cultura patriarcal, equiparándolos entre sí como meros objetos de goce y autoconsumo.

En segundo lugar, hablamos de los:

2. ACTOS APROPIATIVOS: Actos individuales en donde la agresión es reflejo de un PORQUE PUEDO Y ME LO PERMITO

Hemos sido testigos de cómo la comisión de delitos de agresión la protagonizaban individuos bien ajustados a los estándares sociales. Hombres con trabajo y familia, así como un círculo de relaciones más o menos contenedor, al menos en apariencia. Hombres que se dan el auto consentimiento a la agresión, a sabiendas de que se trata de un acto ilícito y dañino, aunque algunos minimicen la gravedad, como mera estrategia mental para pasar al acto.

Son los actos hechos lejos de la mirada de un otro que lo pueda descalificar. Hombres adultos que se permiten soportar la propia voz de la conciencia, revestidos de doble moral, relativizando el acto, atribuyendo la responsabilidad al hecho de sentirse seducidos o negando la gravedad al suponer que no hubo daño de su parte.

Individuos que han planificado la comisión de forma más o menos deliberada. Son los actos apropiativos, de dueñidad, tal como señala la antropóloga argentina Rita Segato, actos violentos como un ejercicio de poder patrimonial y al servicio de una apetencia que requiere ser satisfecha, tal puede ser el forzamiento sexual.

Por otro lado, estarían:

3. ACTOS DEFICITARIOS:  Actos individuales en donde la agresión es reflejo de un PORQUE NO LO PUEDO DE OTRA MANERA.

Son actos que nos habilitan a pensar la agresión como expresión de sentimientos subjetivos deficitarios, tales son el rencor, el deseo de dominio, el despecho o el sentimiento de culpa. Hombres que hacen uso de dicha violencia, movidos por una falta que requiere ser taponada.  ¿Pero cuál sería la razón de dicha incapacidad?

Más allá de las razones individuales, derivadas de vivencias en la crianza y posteriores, y sin pretender dar respuesta redonda a una pregunta tan exigente, me atreveré a exponer tres ideas al respecto.

Incluimos aquí los actos que se ejercen en el marco de tres escenarios psicológicos, no excluyentes entre sí. Son los siguientes:

a. Las agresiones REACTIVAS tras el encuentro circunstancial CON UNA DETERMINADA MUJER

En estos casos, diremos que la escena que comienza a desarrollarse en ese tipo de encuentros se registra en la mente del individuo como una escena repetida. Una escena biográfica y que le devuelve al sujeto a una vivencia íntima del lugar que ocupa para la mujer. Puede ser éste, un lugar en donde él se viva rechazado, impotente e, incluso, invisible o despreciable. La inscripción de ese lugar de resto en la psique del individuo actúa como precipitante de la comisión y sus actos, a la postre, acaban corroborando esa autopercepción

En segundo lugar, incluiríamos:

b. Las agresiones a MUJERES RIVALES DE POTENCIA

Por hombres que ven peligrar sus credenciales masculinas. Se trata de actos cuyo propósito primero no es hacer uso del cuerpo femenino como fuente de placer, sino del sometimiento como condición erógena, condición de capacidad, una capacidad ficticia que vela la incapacidad intima ante el encuentro con la rival femenina.

En tercer y último lugar, vincularemos la hostilidad como respuesta compensatoria al hecho del:

c. DESVALIMIENTO (que presentan estos sujetos) ANTE EL ENCUENTRO SEXUAL

Siempre inquietante. Sujetos que socaban el cuerpo de la mujer, un cuerpo que encarna un modo de sentir y ser habitado que interroga al hombre sobre su lugar en él. Lo descompleta de sus certezas y cuestiona, siempre, la garantía de su potencia y de su masculinidad. Una masculinidad que puede llegar a hacer del forzamiento y de la misoginia, dos modos de combatir la angustia por el encuentro con lo femenino, reeditando la falsa creencia en una supuesta fortaleza, lo cual aleja al hombre de su propia vivencia de feminidad y todos sus sinónimos.

Artículo de la ponencia presentada en el marco de las XIV Jornadas estatales de psicología contra la violencia de género, realizado en Bilbao, España, del 2 al 4 de noviembre de 2023.

Imágenes de este artículo de: © Depositphotos

Kepa Torrealdea Koskorrotza

Licenciado por la Universidad del País Vasco (UPV), Psicólogo Clínico, Psicólogo Especializado en Psicología Clínica por el Ministerio de Educación y Ciencia, Miembro de la AETB, Asociación Española de Terapia Biogestalt, Miembro de la EFPA.

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