El trauma: las heridas de la infancia más allá de la catástrofe

El trauma emocional impacta nuestro desarrollo y relaciones, haciendo esencial la sanación a través de la terapia y el apoyo.

Por: Míriam Sánchez González

imagen de una niña a través de un vidrio con gotas de agua
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Cuando escuchamos la palabra trauma, solemos pensar en eventos extremos: desastres naturales, abusos físicos, sexuales o violencia explícita. Estas asociaciones son válidas, pero limitan nuestra comprensión de lo que realmente constituye el trauma.

El trauma no está necesariamente ligado a la magnitud del evento vivido, sino a su impacto emocional y a la forma en que nuestra mente y cuerpo procesan –o más bien no procesan– esa experiencia. En otras palabras, podemos decir que el trauma no depende tanto de lo impactante que sea una situación, sino de cómo afecta esa situación a quien la vive y de cómo la maneja.

Muchas veces el trauma no viene de un evento aislado, sino que emerge de una acumulación de heridas emocionales sutiles y repetitivas, especialmente en la infancia.

¿Qué es el trauma?

Etimológicamente “trauma” significa “herida”. En la psicología, esta herida no siempre es visible ni responde a un único hecho impactante. El trauma puede ser el resultado de vivencias cotidianas que, aunque parezcan insignificantes o normales, dejan marcas emocionales porque no se procesan de forma saludable. Estas heridas no tratadas pueden afectar a cómo nos sentimos con nosotros mismos, cómo nos relacionamos con los demás y cómo afrontamos la vida.

Por ejemplo, un niño que crece en un ambiente emocionalmente frío, donde sus emociones son ignoradas o minimizadas (“no llores”, “no es para tanto”) puede internalizar la creencia de que sus necesidades no son importantes o sus sentimientos no son los adecuados. Este tipo de invalidación puede parecer menor en comparación con el abuso físico, pero puede tener efectos duraderos: dificultades para confiar en otros, problemas de autoestima o una desconexión con las propias emociones.

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Más allá del mito del trauma catastrófico

La idea de que el trauma solo proviene de eventos extremos invisibiliza otro tipo de heridas: los “microtraumas”. Estas son experiencias cotidianas que no parecen trágicas en el momento, pero que, por su repetición o por el significado que tienen en el contexto de desarrollo de un niño, pueden ser profundamente dañinas.

Entre estas experiencias están:

Negligencia emocional: crecer en un entorno donde no se valida o reconoce lo que uno siente.

Críticas constantes: padres o figuras de autoridad que imponen estándares inalcanzables o exigen demasiado, dejando al niño con una sensación persistente de no ser suficiente.

Expectativas desmesuradas: asumir responsabilidades adultas desde la infancia, como cuidar a un hermano o lidiar con las tensiones emocionales de los padres.

Estos patrones pueden parecer menores en comparación con un abuso físico evidente, pero sus efectos son igualmente duraderos.

Lo que determina el impacto traumático no es tanto el “qué” ocurrió, sino “cómo” lo percibió el individuo, si tuvo el apoyo necesario para procesarlo y si pudo integrar esa experiencia en su vida de forma saludable.

Trauma y desarrollo infantil

Durante la infancia, el cerebro está en constante desarrollo y es altamente influenciado por el entorno; lo que quiere decir que las experiencias en esta etapa son muy significativas. Las experiencias tempranas moldean el sistema nervioso, las conexiones neuronales y las habilidades emocionales. Cuando un niño se enfrenta a situaciones estresantes sin el apoyo adecuado, su sistema nervioso puede quedarse “atascado” en un estado de hipervigilancia o desconexión. Esta es una de las razones por las que el trauma puede permanecer “enquistado”: el cuerpo y la mente no logran salir del estado de alerta constante o entumecimiento emocional.

Por ejemplo, un niño que crece en un hogar con conflictos constantes puede aprender a reprimir sus emociones para evitar ser una “carga” o para protegerse de posibles ataques. Aunque esta estrategia puede ser útil en el corto plazo, a largo plazo puede convertirse en una barrera para establecer relaciones saludables o para identificar y expresar sus propias necesidades.

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El trauma no resuelto en la adultez

Cuando estas heridas de la infancia no se resuelven, pueden manifestarse en la adultez de diversas formas: ansiedad crónica, depresión, relaciones conflictivas, adicciones o una desconexión generalizada con uno mismo.

Muchas veces, las personas no reconocen estas manifestaciones como síntomas de trauma porque no recuerdan haber vivido algo “tan grave”. Sin embargo, lo que está en juego no es la gravedad objetiva del evento, sino su impacto subjetivo.

Por ejemplo, alguien que fue constantemente comparado con un hermano puede desarrollar un profundo miedo al fracaso o una necesidad obsesiva de demostrar su valía. Estos patrones, aunque aparentemente desconectados de la infancia, son heridas que nunca se abordaron ni sanaron.

Hacia una comprensión más amplia del trauma

Reconocer que el trauma puede ser resultado de eventos extremos o de heridas emocionales cotidianas es crucial para desmontar los mitos que lo rodean y poder reconocer nuestras propias heridas. Además, esta comprensión más amplia permite abrir la puerta a la sanación. El trauma no es una sentencia de por vida; con el apoyo adecuado, es posible integrar las experiencias dolorosas y liberarse de su carga.

La terapia, especialmente enfoques como el EMDR, el trabajo somático y la terapia basada en el apego, puede ser fundamental para tratar el trauma. Estas intervenciones no se centran únicamente en el evento traumático, sino en cómo el cuerpo y la mente lo han procesado. Además, el autocuidado, el desarrollo de la autocompasión y el cultivo de relaciones seguras son herramientas valiosas para sanar.

Conclusión

El trauma no siempre es el resultado de eventos catastróficos. A menudo son las pequeñas heridas de la infancia que pasan desapercibidas las que tienen el impacto más duradero. Al comprender el trauma como una herida emocional enquistada que puede nacer de la acumulación de experiencias no resueltas, podemos dejar de minimizar nuestro propio dolor y comenzar el camino hacia la sanación.

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La clave no está en comparar nuestro sufrimiento con el de otros, sino en validar nuestras experiencias y reconocer su impacto en nuestra vida. Solo así podremos liberar el peso que cargamos y vivir de forma más plena.

Fuentes y recursos de información

  1. Van der Kolk, B. (2015). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Editorial Eleftheria.
  2. Herman, J. L. (1997). Trauma and Recovery: The Aftermath of Violence—from Domestic Abuse to Political Terror.Basic Books.
  3. Gabor Maté (2022). El mito de la normalidad: Trauma, enfermedad y curación en una cultura tóxica. Editorial Seca.
  4. Siegel, D. J. (2012). The Developing Mind: How Relationships and the Brain Interact to Shape Who We Are. Guilford Press.
  5. Levine, P. A. (1997). Waking the Tiger: Healing Trauma. North Atlantic Books.
  6. Bowlby, J. (1988). A Secure Base: Parent-Child Attachment and Healthy Human Development. Basic Books.
Míriam Sánchez González
Míriam Sánchez es psicóloga general sanitaria (núm. Col. CL05880) y experta en neuropsicología clínica. Graduada en psicología por la Universidad Pontificia de Salamanca, continúa su formación especializándose en la rama sanitaria y en neuropsicología clínica.
Apasionada de su profesión y de las artes literarias, decide unir ambas modalidades y dar el salto a la publicación de artículos divulgativos. Ella describe el proceso como una “catarsis divulgativa”, explicado con sus palabras como “la necesidad de contar al mundo lo bonita y sorprendente que puede llegar a ser la psicología”.
Actualmente escribe periódicamente en redes sociales (vía instagram en su cuenta “la psicología hoy”: @la.psicologia.hoy) y en sitios web (“actualidad en psicología”) sobre temas variados de psicología.