“Luis tiene 24 años y reside en una gran ciudad. Recuerda que, años atrás, era una persona muy activa y sociable, que solía hacer planes los fines de semana y sacaba buenas notas.
Desde hace poco más de dos años, Luis dice haberse alejado de esa imagen anterior. Se siente continuamente cansado, tenso e irritable, y reconoce que cada tarea diaria le supone un gran reto. Tanto es así, que ha llegado a estar varios días sin salir de casa, ya que cada día se le hace más cuesta arriba seguir con sus labores. Ha decidido dejar de asistir a la universidad, puesto que no consigue concentrarse en los estudios y el hecho de ir a clase le genera ansiedad. Reconoce que, a día de hoy, su vida gira en torno a una preocupación continua por casi todo lo que le rodea.”
El trastorno de ansiedad generalizada es una enfermedad que afecta aproximadamente al 2% de la población española, siendo el segundo trastorno más prevalente en la población general. Según diversos estudios, su incidencia es mayor en mujeres y en individuos de entre 24 y 55 años.
Las personas que presentan un trastorno de ansiedad generalizada, señalan tener una sensación continua de tensión, la cual dificulta que puedan relajarse.
A diferencia de otros trastornos relacionados con la ansiedad, en este caso ésta no tiene un foco concreto, como sí se da en las fobias, sino que se presenta continuamente en tareas cotidianas, siendo la preocupación uno de los ejes principales.
Este trastorno interfiere notablemente en la vida de las personas que lo padecen, las cuales ven como poco a poco la ansiedad va modificando sus rutinas, haciendo que presenten un elevado grado de malestar y deterioro en diversas áreas de su vida.
El trastorno de ansiedad generalizada también está asociado a reacciones de activación autónoma, tensión muscular, alteraciones del sueño, irritabilidad y dificultad de concentración.
Para poder hacer un diagnóstico, estos pacientes deben presentar síntomas la mayor parte de los días durante un periodo mínimo de seis meses.
La preocupación que presentan estos pacientes es desproporcionada y suele ir acompañada de esquemas disfuncionales o distorsiones cognitivas. Entre éstas encontramos la visión catastrofista, la inferencia arbitraria, la magnificación y la sobregeneralización, entre otras.
La visión catastrofista es una distorsión cognitiva que consiste en pronosticar acontecimientos o situaciones de forma pesimista, centrándose siempre en las peores conclusiones posibles, aun cuando no hay pruebas evidentes que indiquen que aquello que se piensa puede suceder.
La inferencia arbitraria es aquella en la que se dan por hecho determinadas hipótesis sin que haya evidencia de que sean ciertas. Las personas que sufren un trastorno de ansiedad generalizada, tienden a anticipar hechos futuros y pensamientos que puede tener su entorno sobre ellos.
La magnificación se presenta cuando el paciente exagera un rasgo negativo de un acontecimiento o de su propia persona.
La sobregeneralización es la tendencia a pensar que algo que ha ocurrido alguna vez ocurrirá siempre. Destaca la manera en la que se extraen conclusiones generalizadas basadas en pocas experiencias.
Una de las pruebas de evaluación clínica más utilizada en pacientes con Trastorno de Ansiedad Generalizada, es el Penn State Worry Questionary (PSWQ), un cuestionario en el que el paciente puntúa de “nada” a “mucho” el nivel de preocupación que le generan las situaciones planteadas en los distintos ítems. Esta prueba mide la ansiedad como un hecho generalizado e incontrolable, síntoma característico en aquellas personas que sufren este trastorno.
En relación a los tratamientos psicológicos, los que más evidencia tienen son los Programas Multicomponentes Cognitivo-Conductuales, que suelen presentar técnicas relacionadas con la exposición, la reestructuración cognitiva y la solución de problemas, entre otras.