Desde los inicios de la neurociencia en 1906 con Santiago Ramón y Cajal, hemos podido observar cómo esta disciplina se ha vuelto esencial en la escuela para conocer el desarrollo del alumno así como para detectar posibles problemas de aprendizaje y dotar al docente de recursos para abordarlos en el aula.
En 1906 Ramón y Cajal junto con Camilo Golgi, reciben el premio Nobel de Fisiología y Medicina gracias al desarrollo de la Teoría Neuronal y al nuevo método de tinción descubierto por Golgi en 1873 el cual permitió a Cajal demostrar que el sistema nervioso estaba formado por "entidades individuales" llamadas neuronas.
La principal obra de Santiago Ramón y Cajal, "Histología del sistema nervioso del hombre y los vertebrados", se considera a día de hoy una referencia para el estudio de neuronas y el funcionamiento cerebral.
A partir de los trabajos de Cajal, se han aplicado a la medicina y la investigación cerebral distintos avances tecnológicos (TAC, IRMf, TEPT...) que nos han permitido conocer procesos cerebrales tales como el aprendizaje, la memoria y la atención.
Igualmente se han podido investigar los procesos de desarrollo y maduración de nuestro órgano. Aunque nos queda mucho camino que recorrer en la investigación acerca de los procesos y funciones cerebrales más importantes, conocer cómo aprendemos y la predisposición que tiene nuestro órgano a ello, es esencial para los docentes.
Algunos de estos procesos cerebrales más importantes en la educación son: la atención y la memoria.
La atención. Podemos definirla como el grado de activación presentado por un grupo de neuronas o una red neuronal en un momento dado.
Según Posner et al. (1990) hay tres redes atencionales: red de alerta, red de orientación y red de control ejecutivo. Cada una de estas redes está modulada por una serie de neurotransmisores (permiten la transmisión de información entre neuronas mediante la sinapsis) actuando éstos en distintas regiones cerebrales para cumplir la función de cada red.
En niños con Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDAH), se observa que tienen niveles más bajos de dopamina (neurotransmisor que regula la red de control ejecutivo con la serotonina) en regiones del núcleo accumbens (centro de recompensa del cerebro) por lo que necesitan una mayor motivación externa para que se sientan atraídos por una actividad.
A su vez, Castellanos et al. (2002) encontraron que la corteza prefrontal y ciertas regiones de los ganglios basales eran más pequeñas en niños con este trastorno. Esto explicaría la falta de control inhibitorio de conductas inapropiadas así como el déficit de atención ya que la corteza prefrontal juega un papel importante en la regulación de estas tareas.
Si los docentes pudiésemos aplicar esta información en las aulas, podríamos detectar los posibles casos tanto de TDAH como de diferentes trastornos de atención y lo que ello conlleva: tener recursos para personalizar el aprendizaje ya que partimos del conocimiento de cómo en nuestro cerebro se produce la atención.
Siendo esto un pequeño ejemplo de lo que podríamos utilizar en las aulas. Ya podemos vislumbrar algunos aspectos de la aplicación de la neurociencia en la educación.
La memoria. Está comprobado que recordamos mejor lo que nos afecta al estado de ánimo. Sólo con esta afirmación sabemos que si a un alumno le presentamos un método de aprendizaje que lo implique emocionalmente, lo recordará mejor que si sólo presentamos contenido para aprenderlo sin un condicionamiento emocional.
Es más, un aprendizaje consiste en la consolidación de una ruta neuronal. Muchas de las neuronas que forman cada una de estas rutas y redes neuronales, a su vez forman parte de otras muchas redes. Entonces es cuando cabe preguntarse: ¿por qué no se da un aprendizaje interdisciplinar en la escuela? ¿por qué no relacionamos unas materias con otras y dejamos de tratarlas de forma aislada?.
En conclusión, la educación necesita del conocimiento científico acerca del desarrollo cerebral de los niños. Sólo así podemos avanzar hacia una educación de calidad y con unas metas que no sean aprender asignaturas y contenido que no se pueda utilizar fuera de las aulas.
Que el docente sepa conocer en qué estado del desarrollo se encuentra cada niño, detectar posibles problemas de aprendizaje y tener recursos para cada uno de los alumnos sólo se puede dar a través de este conocimiento. Si comprobamos que nuestras redes neuronales, nuestro "cableado", necesita de una educación interdisciplinar y emocional, ¿por qué no empezamos a implantarla?.
Si a esto añadimos la era tecnológica en la que nos encontramos, la reformulación de la educación no pasa por seguir enseñando a base de datos y fórmulas que nuestros alumnos pueden buscar en Internet.
Tampoco pasa por dotar a colegios, institutos y universidades de ordenadores y equipos tecnológicos. La reformulación de la educación pasa por enseñar al alumno a pensar, a tratar la información de forma útil a lo largo de sus vidas. Hoy día nuestros alumnos pueden buscar las fechas y acontecimientos históricos en Internet. Enseñémosles a corroborar esos datos que pueden buscar fácilmente y a tener un espíritu crítico ante ellos.
Partiendo de esa unidad individual llamada "neurona" que Cajal nos descubrió, tenemos ahora en nuestras manos el futuro de la educación. Sepamos valorar años de investigación para aplicarlos a nuestras vidas y a las de las futuras generaciones.