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El otro: el adulto significante
En el contexto actual, donde la pandemia del coronavirus nos obliga a quedarnos en casa para resguardarnos de la infección y protegernos, se crea una necesidad mundial por volver a pensar los modos de reinventar la enseñanza. Pero también es importante remarcar y recordar lo que una voz, acompañada de una mirada cercana puede ocasionar en nosotros. Desde lo afectivo, nos puede reconfortar o quizá también hartar…
Éstas son dos experiencias que ya registramos desde nuestro tránsito como hijos al ser hablados y mirados por quienes nos cuidaron cuando no podíamos aún valernos por nuestros propios medios. Pero sin esa voz y mirada no seríamos lo que somos hoy en día, ya que configuraron nuestra estructura psíquica.
Todos los seres humanos, desde que nacemos, estamos atravesados por al menos dos “Objetos” pulsionales a los cuales no podemos renunciar por la prematuridad humana; objetos en tanto aquello que captamos por medio de los sentidos o capturamos por la razón.
Estos objetos son la mirada y la voz, que se configuran en elementos decisivos en la construcción de nuestro psiquismo, convirtiéndose en nuestras futuras maneras de entender y responder al mundo de hoy.
La manera cómo hemos sido vistos y oídos en nuestra vida, ha determinado nuestra cosmovisión, además de favorecer la construcción de cómo poder ver y oír al entorno donde decidimos operar. Decisión que seguramente ha sido tomada en el marco de ese formato en el cual fuimos oídos y mirados.
Los niños y niñas en su constitución subjetiva necesitan constantemente otro (adulto, significante, cuidador, Educador) que lo auxilie en su tarea de armarse como sujeto.
Necesita ser visto y oído, porque de lo contrario no desarrolla una alteridad, una otredad a la que aferrarse, a quien responder, con la cual puede identificarse, dialogar, disfrutar, amar, discutir … Y a partir de ello puede encontrarse con otros para construir su socialización primaria y salir de la simbiosis generada con sus progenitores.
La escuela: lugar de encuentro
Con estos “otros” desarrolla su propia manera de ser mirado y oído, así como su original forma de mirar y oír a los demás. Es a partir de su salida de casa a la “escuela”, al jardín, donde se puede encontrar con otros, abandonando el seno familiar para juntarse con diferentes sujetos con quienes generar estos nuevos vínculos.
Y es allí, en ese encuentro, cuerpo a cuerpo desarrollado en el ámbito educativo, cuando el infante puede percibirse como otro, diferente de su seno familiar, en medio de otros “no Yo” y hacerse la pregunta sobre qué quieren esos otros de sí y qué es para los otros.
Es por ello que la escuela es más que un lugar donde se enseñan contenidos, es el lugar por excelencia que construye sujetos en relación a otros y en el cual tienden a repetirse las dinámicas familiares entre los actores educativos, tan transferencial como si estuvieran en su propio hogar.
Esto es porque la escuela viene a constituir el lugar donde se puede ser mirado y oído de forma distinta a como sucede en casa, pero se tiende a buscar lo familiar en lo diferente.
De allí que el problema constante al que nos enfrentamos los que trabajamos en educación día a día son temas relacionados con “me dijo” y “me miró” o la negación de ello (no me dijo, no me miró), muchas veces viene en relación a sus pares y otras más apuntan a los educadores.
Esto fundamenta eso que hemos oído muchas veces decir que “la escuela es una construcción colectiva” desde sus inicios, una construcción social, que genera movimientos e interacciones cruciales particulares, las cuales configurarán la coyuntura vincular de quienes transitamos por ella.
En la escuela estos dos objetos (Mirada y voz) se presentifican y adquieren una importancia preminente, ya que son las herramientas principales por donde pasa el acto educativo, lo que dice el docente y cómo lo dice (la mirada, el contacto que establece con sus estudiantes).
Si lo dudamos, hagámonos esta pregunta: en nuestro tránsito por la escuela, ¿qué recordamos más de nuestros docentes? ¿No son elementos relacionados generalmente a miradas y palabras o frases, que nos brindaron en momentos puntuales quienes tuvieron esa responsabilidad de educarnos?
Y ni hablar de eso que nos dijeron o las miradas que sentimos nos dieron nuestros compañeros de clases, al hablar, a caminar, al jugar, al enamorarnos, al escribir, al participar de una actividad o al olvidar la tarea…
El papel de la educación
Esta reflexión me parece que se encuentra muy enlazada a la etimología misma de la palabra Educación, que proviene del latín educare y significa criar, nutrir o alimentar.
Pero también tiene otra acepción, procedente de la palabra Exducere, cuyo equivalente es sacar, llevar o conducir desde dentro hacia a fuera.
Dos connotaciones de una misma palabra con cierta paradoja, porque la primera pareciera provenir de alguien externo que “guía” y la segunda equivale a algo propio, que se saca de sí mismo.
Creo que es justo ahí donde está el objetivo que enmarca la educación: guía, pero sacando de dentro lo que tienen los estudiantes, no de otra manera. Esa tarea no es posible ser realizada sino con la voz y la mirada, que configuran un Otro (que está afuera, pero que le mira y le habla, además de tener un saber que el sujeto reconoce).
Ese saber, mensaje, asunto… que se dirige hacia el sujeto tiene un efecto tal, que se confunde con el deseo propio, llevando a calmar y aliviar de tal manera como si viniera de dentro.
Una enseñanza puede causar más efecto en un estudiante si es acompañada de una mirada cálida, o con cierto límite (depende del caso) o con interés o con sorpresa… Lo cual es muy poco probable expresar con la letra o sólo con una voz que no se ve y no recoge la globalidad del sujeto con quien hablo.
Si bien son recursos que colaboran en la tarea educativa, sin la presencia activa de estos dos objetos (voz y mirada), aunado al saber que los estudiantes depositan en sus docentes, se hace difícil realizarla.
Mucho más si se trata de los estudiantes más pequeños, ya que esta contención es lo que más demandan y necesitan, porque se hace casi imposible el acto educativo sin la presencia de esa mirada, voz y saber que los aloje.
La ausencia de estos objetos puede estar generando la sensación que muchos adolescentes y jóvenes experimentan en la actualidad, al no poder tener esos encuentros cercanos con sus profesores, donde resignifican sus “Represiones primordiales”, teniendo como respuesta la reacción de angustia en ese encuentro con un punto de indefensión primario.
Encuentros y desencuentros virtuales
Por suerte, contamos hoy en día con el internet y todos los medios digitales que facilitan el acceso a las herramientas tecnológicas, donde se puede reproducir la voz y la mirada.
Pero de ninguna manera éstos suplen la presencia cuerpo a cuerpo que se genera en el encuentro físico, aunque sí contribuyen al acercamiento y alcance de los objetivos educativos, desde los contenidos.
Es de suma importancia tener en cuenta que la educación no se trata sólo de la letra “que mata la cosa”, de lo escrito, del contenido, en el caso de pensar que lo escrito pueda reemplazar la voz o la mirada. O que en esa escritura puede estar plasmado el saber que el estudiante descubre en el docente, por más que sea una producción propia, siempre la letra da muerte a la experiencia, a la vivencia; lo que hace es cosificarla, detenerla para luego poder ser animada nuevamente por alguien, el lector.
Se hace imprescindible recrearla, con gestos, miradas, pensamientos, interpretaciones, que son procesos de los cuales se están apoderando aún nuestros estudiantes y necesitan de la presencia de ese Sujeto a quien le Suponen un Saber para el alcance de ello.
Nuestros estudiantes en edad escolar necesitan la mirada que contenga (tanto desde el límite como también la mirada que recibe e impulsa a hacerlo mejor), no sólo la letra que puede no decir nada.
Necesitan la voz y no de cualquiera, necesitan la voz de su profe, que pueda decirle y expresarle ciertas cosas que se dan sólo en la conjunción de ambos elementos.
Nuestros estudiantes no sólo necesitan un video o una voz aislada o un texto que indique lo que deben hacer, lo que deben completar, porque ahí no está el núcleo de la educación ni de la escuela.
Necesitan del vínculo, de la expresión, de la contención sostenida en la voz y la mirada. Necesitan ese lugar de saber volcado en la representación de su docente, que se convierte de algún modo en garantía de que lo que se lee, se hace y se aprende está bien o que al menos va por buen camino.
Sino es como sentirse desvalido, sin recursos, sin alguien que lo lea, que lo pueda ayudar a construir o deconstruir, armando un conocimiento sin una base con cierta firmeza.
La voz y la mirada hacen referencia obligatoria y necesaria a un Otro, que no puede ser cualquiera. Se trata del Otro que es el portador esos objetos, a quien el sujeto ha ubicado en ese lugar supuesto de saber.
Es el docente -“su docente”- quien se encuentra en ese cruce con la posición de saber. Es ese lugar quien habilita y posibilita el desarrollo educativo, que no lo ocupa ni siquiera el papá, la mamá o cuidador.
No se trata sólo de leer y escribir la tarea con lo que leen. Las clases virtuales necesitan obligatoriamente del encuentro y la presencia, de la manera que se pueda en este momento de pandemia.
La transmisión que encarna la persona del docente, del maestro, del profesor… es ineludible en relación a su voz, su mirada y su posición al saber conducente a estos otros, a quienes va dirigido su acto; a estos sujetos llamados estudiantes suyos.
Retos del docente en tiempos de coranavirus
Esta situación actual nos presenta muchos retos, nuevos paradigmas a todos los que trabajamos en este ámbito, un cambio de paradigma, que seguramente nos saca de nuestra comodidad y del lugar que queremos también ocupar: estar cerca de ellos, como siempre.
El primer reto nos encontró desprevenidos, cuando aún no lo esperábamos. De la nada tuvimos que armar plataformas digitales e inventarnos maneras de hacer virtual lo que bien hacíamos en las aulas, implementar tareas, accesos, videos… Diferentes maneras de acercarnos y dar continuidad a la labor educativa.
La invitación ahora es a ir más allá, no quedarnos con lo que encontramos, sino aprovechar al máximo esta ocasión, estas nuevas herramientas descubiertas en el camino, buscando estar lo más cercanos posibles a una situación áulica con estos medios tecnológicos, teniendo siempre como base la voz y la mirada presentes para quienes educamos y que somos depositarios de un saber que ellos nos transfieren irremediablemente.
Nos queda demostrarles con nuestra presencia activa, por ahora virtualmente, que queremos verlos y oírlos y que además nos pueden ver y oír de algún modo y mientras tanto.
Nos queda seguir reinventándonos, seguir viendo y oyendo este tiempo en el que nos tocó vivir. No sabemos dónde llegaremos con esto o los resultados que obtendremos.
Pero de esta manera al menos podemos estar tranquilos de que pudimos estar ahí en estas circunstancias, presentes para oír y ver lo que a nuestros estudiantes les inquietaba, aún en estas condiciones. Luego veremos qué hacemos con los aprendizajes que pudimos recoger, con todo lo que la pandemia del coronavirus nos empujó a inventar.
Muchos comentan que luego de esta situación no seremos iguales, que algo será diferente, que nos encontraremos distintos cuando nos volvamos a ver.
Lo cual será así, en la medida que veamos y oigamos los signos de este tiempo. Eso no excluye a la educación, para quien se impone un cambio de paradigma desde lo virtual (realidad en la que se encontraban nuestros estudiantes hace ya bastante).
Pero es un cambio de paradigma educativo para todas y todos, no sólo para estudiantes y docentes, también para las familias. La escuela no puede seguir funcionando como una guardería, como depositaria de niños, niñas, adolescentes y jóvenes, como lugar de alojo mientras los adultos trabajan.
Tampoco como lugar para asimilar contenidos, porque para eso está el internet. Su esencia va mucho más allá, requiere de otros elementos relacionados a la presencia, voz, mirada y vínculo.
Y ¿después de esto qué? Ya veremos… Por lo pronto, ya tendremos menos estudiantes “llorando en casa por volver al colegio” (como comentó una madre en estos días). Esto será posible si le damos la vuelta a esta situación y nos apropiamos de este contexto, con todo lo que nos exige. Después quizá nos encontraremos a disfrutar y valorar aún más el encuentro en nuestras aulas, cara a cara, siendo los docentes, estudiantes y familias que logramos ver y oír esta época.