La presencia mayoritaria de terapias psicológicas que ponen su énfasis en la conducta, la cognición o la emoción ha ido ampliándose considerablemente a partir de los años 60, esta perspectiva centrada en las manifestaciones sintomáticas de las personas que acuden a consulta indica un cambio de paradigma respecto de las terapias centradas en lo inconsciente, que tanto auge obtuvieron en las décadas anteriores.
Sin embargo, y pese a la multitud de críticas que recibe el modelo basado en lo inconsciente, son numerosas las escuelas psicoanalíticas que mantienen su alegato como disciplina científica de la psicología. Un ejemplo de éstas sería la escuela fundada por Jung, conocida como psicología analítica.
La psicología analítica es, entre otras cosas, un método terapéutico que dista de la rigidez dogmática de las primeras aportaciones del psicoanálisis, siendo Jung discípulo de Freud para luego distanciarse de él debido a sus grandes discrepancias conceptuales.
Esta psicología, también denominada de los complejos o psicología profunda, se caracteriza por la existencia de dos sustratos inconscientes, uno personal y otro colectivo, por la presencia de arquetipos, estos son, patrones arcaicos universales, y por el concepto de individuación, es decir, el proceso de llegar a ser uno mismo.
El inconsciente personal es definido por Jung como característico y exclusivo de cada individuo, cuyo material alberga recuerdos olvidados, ideas reprimidas por su carácter desagradable, percepciones subliminales o contenidos insuficientemente desarrollados como para volverse conscientes.
El elemento de contenido es el yo, que pese a tener una parte consciente se encuentra fragmentado en el campo de lo inconsciente, el yo ocupa la posición de centro de la consciencia pero no representa la totalidad de la personalidad.
El inconsciente colectivo, sin embargo, es descrito como la instancia psíquica común a todos los hombres y cuyos elementos de contenido son los arquetipos; imágenes preexistentes universales que dan forma al entramado psíquico.
Existen una serie de arquetipos principales que son: la máscara, la sombra, la sicigia (el animus y el anima) y el arquetipo del sí mismo.
La máscara también es designada como el arquetipo persona, se trata de la actitud tomada para adaptarnos al ambiente y que nos beneficia a la hora de vivir en sociedad. Está basada en los aspectos ideales del sujeto que la porta y se configura por la interacción del hombre con el medio social.
Presenta dos posibles peligros; la sobre identificación, esto sucede cuando el yo se identifica totalmente con la persona llegando a creer que la imagen erigida constituye la totalidad de la personalidad. Y el desentendimiento de la máscara donde el yo se identifica con el alma, generando una despreocupación extrema hacia el mundo exterior y una atención casi exclusiva hacia el mundo interior.
La sombra es un conflicto moral que supone un desafío para la totalidad de la personalidad y que puede ser asimilable hasta cierta medida mediante la comprensión y el reconocimiento de los aspectos oscuros de nuestra identidad. Normalmente se manifiesta como proyecciones sobre los otros que acaban por aislar al sujeto del mundo circundante.
La sicigia está formada por los arquetipos de anima y animus. El primero corresponde a la parte femenina que habita en todo hombre y posee funciones ligadas a lo relacional y al vínculo, mientras que el segundo es la parte masculina que está presente en toda mujer y remite a la razón y al pensamiento. Únicamente se puede tomar conciencia de ambos mediante las proyecciones que se dan en la relación con el sexo opuesto.
El sí mismo representa la totalidad del hombre, supone lo que una persona verdaderamente es, su realización pasada y su potencialidad futura, el centro de su ser desde el que es gobernado y dirigido inconscientemente.
Es representado simbólicamente con el mandala y equiparable a la imagen de Dios. El sí mismo desea su autorrealización y se expande sobrepasando al yo, quien se encuentra subordinado y acotado por las directrices de este arquetipo.
Finalmente, el proceso de individuación es descrito por Jung como el desarrollo de lo que uno está llamado a ser y se lleva a cabo a través de toda la vida, es una colaboración entre la consciencia y el inconsciente que da lugar a un ser psicológico, a una totalidad indestructible como individuo.
Este autor se sirve del mito del héroe para explicar este proceso; el héroe es ese yo que decide bajar al mundo subterráneo de su interioridad y enfrentarse a sus monstruos, se apodera de su mágica fuerza una vez son vencidos y retorna enriquecido por el sí mismo, habiendo conseguido una armoniosa integración de sus fragmentos anímicos perdidos.