Cuando me adentré en el mundo del conocimiento de mí misma, observé que debía aprender dos conceptos si quería vivir una existencia tranquila y feliz. Estos conceptos, tan repetidos, son la aceptación y la flexibilidad.
En este artículo, quiero hablar de la aceptación.
Quizá lo que me hizo llegar a este punto fue haber estado luchando durante años para que las cosas fueran como yo quería que fueran, sin aceptar como eran realmente.
Pero esta lucha no dio resultado alguno. Al revés, termine topándome con un gran muro de hormigón, una y otra vez.
Quería que el mundo, las experiencias que se presentaban ante mí, las personas y yo misma, fueran como yo quería que fueran. Luchaba por ello incansablemente. Y en esa lucha, la perdida de energía es infinita. Y también lo es la creación del sufrimiento innecesario que te va atrapando poco a poco.
Quizá haya que caerse muchas veces, y chocar otras cuantas, contra el muro de hormigón, para aprender ciertos conceptos. En mi caso, las heridas de luchar y pelear me llevaron a rendirme y a lograr aprender la aceptación de lo que es.
La mente juega continuamente a comparar continuamente lo que es, con lo que ella desearía que fuera. Y en esa comparación infinita, se crea una insatisfacción vital increíble.
¿Cómo vas a sentirte agradecido y satisfecho con tu vida si continuamente la estás comparando con un ideal?
Una mente que compara no puede ver lo que hay. Los pensamientos están malgastando energía en idealizar otro mundo (un mundo que no existe), en vez de disfrutar del mundo que está frente a ti.
¿Te ha pasado esto alguna vez?
Yo jugué al juego de la mente idealista durante muchos años. Yo no quería ser yo, quería ser otra diferente. Con otro pelo, otro carácter, otro cuerpo.
No quería que mis padres fueran como eran, sino que fueran más de esto y menos de lo otro.
Sin embargo, las cosas eran. Y por mucho que me enfadara, seguirían siéndolo.
Así que, llegó el momento de aceptar.
Aceptar plenamente lo que era, sin darle un mínimo de cabida a la mente tramposa que toma el control y se resiste a ver las cosas tal cual son.
Y uno de los grandes obstáculos que pone la mente para aceptar, es la resignación. Confunde aceptación con resignación, pero nada más lejos de la realidad.
Mi consejo es que si deseas una vida tranquila, aceptes todo aquello que no puedas cambiar o transformar. Y luches por modificar lo que está en tu mano. Jamás te quedes en la línea de salida, resignándote en la inactividad.
Aceptar me permitió vivir más tranquila y dejar de lado la mente deseosa. Dejé de malgastar energía en pensamientos circulares y rumiativos que no me llevaban a ningún lugar.
Aceptar me permitió ver con otros ojos la realidad. Cuando no aceptas, tu energía se derrocha en cómo lograr controlar aquello que no está en tu mano. Cuando aceptas, das lugar a observar plenamente, y sin juicio, lo que es.
Dejas de idealizar lo que a ti te gustaría ver, para ver lo que es. Ves la realidad sin aditivos, sin edulcorantes, sin fantasías.
Y eso, me parece una bendición.
Al aceptar salí del bucle de los infinitos ¿por qué? y ¿por qué a mí?, comprendiendo que no tenemos la respuesta para todo, y que muchas veces, cuanto más tratas de comprender algo, más se te escapa la respuesta.
De modo que deja los porqués de lado y veras que en demasiadas ocasiones cuando lo haces, la respuesta aparece ante ti.
Aceptar también me permitió uno de los mayores logros: dejar de huir de mí misma.
Dejar de evitar mis emociones y mi mundo interior para aceptarlo tal cual es, sin atajo alguno.
¡Y para esto, hace falta valor!
Cuando uno mira hacia sí mismo, ve muchas cosas que no le gustan y que desearía transformar con una varita mágica. Pero solo hay dos opciones: o las niegas, o las aceptas.
Y aceptarlas, es dar un paso para poder cambiarlas y para poder crecer.
Aprendí a sentir las emociones, fueran las que fueran. Y a sentir el dolor, del cual había huido muchas veces, generándome un sufrimiento mayor.
Y cuando uno acepta y siente el dolor sin anestésico alguno, comprende que ha adquirido una fortaleza inquebrantable para aceptar todo aquello que llegue, sea bueno, malo o regular.
Así que… ¿te atreves a aceptar?